En las catacumbas de Roma es donde se formó el tipo de la Virgen hierática que las imágenes bizantinas debían reproducir hasta el infinito, deformándolo hasta la fealdad. Estas Vírgenes de la época primitiva tienen un valor muy diferente; pero cuando se quiere fijar una fecha se tropieza con dificultades insuperables, y los eruditos, en este punto como en muchos otros, no consiguen ponerse de acuerdo. Pretenden unos que en tiempo de Constantino hubo un principio de renacimiento ahogado en seguida por los desastres que agobiaron al mundo romano, y atribuyen á esta época lo mejor que se hizo en el arte cristiano primitivo; otros, por el contrario, creen que las mejores imágenes son las más antiguas, porque son las más próximas á la buena época, y que la decadencia debió producir por todas partes el mismo resultado.
Los retratos milagrosos de la Virgen son en número de siete, de los cuales cuatro están en Roma. Una opinión popular muy arraigada los atribuye á San Lucas; según Lanzi, estos retratos son obra de un pintor florentino llamado Lucas que vivía en el siglo XI.
En la edad de hierro que siguió á las invasiones, el arte dió á la Virgen un tipo de una dureza salvaje que refleja las costumbres de la época. Ese rostro triste y sin expresión, ese largo cuerpo sin movimiento y sin vida, esa actitud rígida se asocian al brillo de los adornos y á la pompa del traje oriental. La Cabeza con nimbo lleva una pesada tiara; el oro, las perlas y las piedras preciosas cubren la vestidura que no deja adivinar ninguna forma viviente. El artista se ha preocupado de la elección de materias con que enriquecer su obra, y las inscripciones de que la acompaña hacen valer el brillo variado de los metales. El lujo asiático acompaña á la actitud inmutable prescrita por la ortodoxia, porque para la composición hay que conformarse a las santas imágenes pintadas por San Lucas, y estas imágenes son espantosas. En los conventos griegos del monte Athos, los monjes artistas siguen la tradición á la letra y sin atreverse á, separarse de ella. La inspiración no entra por nada en su obra, siempre imitada de una obra anterior; allí no hay progreso ni retroceso, sino una perpetua repetición de un tipo determinado de antemano y reproducido servilmente por un obrero dócil.

La manera dura, grosera y sin relieve de las pinturas bizantinas se encuentra todavía en Cimabué, que fué considerado sin embargo como un innovador, y cuyas vírgenes, que nos parecen tan bárbaras, excitaron tal entusiasmo que una de ellas fué llevada triunfalmente á la iglesia en medio de los gritos y de la alegría de la población. Giotto, que vino en seguida, dió al tipo de la Madona algo de menos arcaico y de más natural; pero Fra Angélico de Fiesole fué acaso el primero que, á través de su espiritualismo místico, comprendió la belleza, ó cuando menos la gracia femenina. La Virgen, envuelta en su manto azul, toma la expresión de una dulzura infinita, y su rostro tranquilo, rodeado de cabellos rubios, es una de las concepciones más encantadoras de este admirable maestro.
A partir del siglo XIII cambia por completo la manera de representar á la Virgen. Hasta entonces había desempeñado un papel bastante secundario, y no era en cierto modo más que el sostén del Niño Dios que bendice ó tiene un libro. Entonces cesa este carácter dogmático, imitado de los bizantinos, y la Virgen se convierte en objeto de una devoción inmensa. Es la gran mediadora que intercede por los hombres en el juicio final, y á ella son dedicadas la mayoría de las grandes iglesias de aquella época. El arte, escapando á las tradiciones monásticas, trata de expresar en el tipo de la Virgen sentimientos más humanos, y quiere, sobre todo, traducir la idea de maternidad, desconocida en las épocas hieráticas. El niño, en vez de alzar el brazo con el gesto consagrado, lo pasa alrededor del cuello de su madre, que sonríe mirándolo.

Bien pronto se vió aparecer la concepción más graciosa del Renacimiento, la Sagrada familia, asunto tratado con tanto cariño desde entonces por todos los grandes pintores, y con el cual dieron vida á obras tan admirables Rafael y Murillo entre otros.
La familia, ausente en el arte de la Edad Media, fué glorificada en el Renacimiento en aquel hermoso grupo del Niño sonriendo á su madre ó jugando á sus piés con el cordero simbólico. El carpintero de barba gris, que figura casi siempre en segundo término en la Sagrada familia, descansa de su trabajo para contemplar este cuadro de la paz y de la dicha. Ha cambiado el ideal humano; las maceraciones del claustro harán lugar en adelante á las virtudes sencillas, á los trabajos serios que llevan en sí mismo su recompensa.
