El retrato romano republicano característico, basado en los otros orígenes, es tremendamente realista. Se fija en lo externo, en la plasmación perfecta rasgos físicos. Remata detalles como el pelo, arrugas o verrugas… Los escultores no firman sus obras (a no ser los de origen griego). Los romanos utilizan el cuerpo como pedestal, les interesa, sobre todo, la cabeza y a veces no dudan en colocar la cabeza de un viejo en el cuerpo de un joven y fornido atleta. Hay obras con influencia griega tanto en ésta como, sobre todo, en otras épocas. Naturalmente, también se llamará retrato “romano” al retrato hecho por los romanos siguiendo el modelo griego. Imagen. Caracalla, obra maestra del retrato romano realista. Museo Arqueológico de Nápoles. Fotografía Marie-Lan Nguyen. |
En época de Augusto se fija el concepto del retrato oficial. Si en época republicana la multiplicidad de rostros que compartían la esfera pública representaba la oscilación de los bandos que se hacían con el poder, el comienzo del mandato de Augusto en el año 23 a.C., marca la identificación unívoca del emperador con el Estado. Las efigies del emperador, su esposa y su corte actuaron como un instrumento esencial de propaganda para difundir la imagen del primer mandatario en todo el Imperio.
La escultura, producida en serie por talleres de la capital, multiplicaba el retrato del emperador sobre una variedad de figuras: togadas, toracatas, ecuestres o personificando a divinidades diversas. Estas esculturas se convirtieron en puntos neurálgicos de la vida ciudadana en las provincias ya con función honorífica o en santuarios dedicados al culto imperial. Imagen. Augusto victorioso. Museos vaticanos. Imagen Till Niermann. |